Los Diálogos con el Destino
Por más que defendamos nuestra libertad, todos nos damos cuenta de que sólo podemos hablar de grados de libertad, y que también estamos indeleblemente marcados por el destino.
Desde que nacemos, todos nos percatamos de nuestra mortalidad; y le tememos.
Ya sobre lo que sucede entre el nacimiento y la muerte, hay diferentes actitudes y creencias, y las ha habido a través de la historia. Una opción es hacer caso omiso del destino, tratar de olvidarlo, y abordar el día a día como si fuéramos inmortales. Otra es recordarlo constantemente y tratar cada día como si fuera el último. Toda nuestra vida es, si no una batalla con el destino, por lo menos un diálogo. Ya sea como algo que intentamos ignorar o recordar, nuestro destino define cómo intentamos vivir.
Históricamente, hemos ejercido el diálogo con el destino de maneras muy variadas. Desde propiciar a los dioses, hasta preguntar a un niño ¿qué quieres ser de grande? Tal pregunta asume, sobre todo en la era actual, una libertad casi total. Hoy en día la frase operativa, entre la cuna y la tumba, es que somos arquitectos de nuestro propio destino.
La libertad que ofrece la democracia empodera al individuo; y el voto (es decir la libertad) individual, empodera el ejercicio democrático colectivo.
Esto es relativamente nuevo. Por casi seis mil años de historia de la civilización, tu ocupación estaba determinada por la de tu padre, o de la casta o la clase en la que nacías. Eso bajo la tutela de un gobernante con carácter divino.
Pero en cualquier medida, y de cualquier forma que hayamos reconocido a través de la historia la fuerza del destino sobre nuestra vida, ésta se encuentra marcada de igual manera por nuestra capacidad, o aspiración, de poder modificarlo o trascenderlo.
Me imagino el placer de un campesino del antiguo Egipto en regresar por las noches a su hogar en las riberas del rio Nilo. Me imagino que, de manera similar a como sucede con un campesino mexicano contemporáneo, momentáneamente trascendía sus limitaciones con la dicha del amor, o de escuchar la música (en ese caso de una lira) en su aldea. Esa trascendencia sin duda enriquecía su experiencia, dentro de los límites de su destino.
La felicidad del amor, de la familia, del placer estético, de la práctica religiosa, de nuestro propio poder creativo, parece liberarnos al conectarnos con algo más grande que nosotros, que trasciende nuestro destino, quizás incluso con aquel nivel de donde emana el destino.
Independientemente del claroscuro de nuestra libertad, es decir, de qué tan libres seamos realmente, podemos decir contundentemente, por un lado, que el cuerpo en el que habita nuestra mente tiene un destino final, el de convertirse en polvo; y por el otro, que una libertad que poseemos, aunque sea a veces, es la de acceder a la dicha.
De hecho, la definición de felicidad y libertad van de la mano. En los últimos 300 o 400 años ha habido un cambio radical en nuestra visión política y social de la libertad.
Hemos ido asociando nuestra capacidad de alcanzar la felicidad con nuestra libertad. La que había sido considerada por milenios como la “evidente” realidad de la existencia de Dios, ha sido cuestionada y reemplazada mayormente por el ejercicio del hoy considerado “evidente” derecho a la libertad personal.
Las repúblicas, como la mexicana, fundadas después de la guerra de independencia americana o la revolución francesa, son sociedades con principios muy diferentes de los que habían existido antes. La constitución americana no deja sin mencionar al Creador, pero ahora el énfasis es el de la libertadque otorga y que se debe preservar por el estado de derecho, para buscar la felicidad.
We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the Pursuit of Happiness.
Constitución de EEUU
Los límites de esa libertad ya no serán dictaminados por la autoridad religiosa, sino por el consenso democrático; por los derechos que la sociedad civil decida garantizar. Como la libertad de culto, el derecho al divorcio o incluso el matrimonio gay.
En México, el Movimiento de La Reforma fue a la vez parte y precursor de esta filosofía secular centrada en la libertad personal.
Sin embargo, los límites de la libertad, y el mecanismo para ejercerla, sigue siendo un misterio. La actitud científica desplaza la definición de libertad consistente en poder apegarse a las leyes de Dios; la reemplaza con la de la libertad de discernir las leyes de la naturaleza que otorga la razón, y de regirse por esa razón.
Pero conforme avanza, la misma ciencia nos ha obligado a replantearnos los parámetros y mecanismos en los que se puede ejercer la libertad.
Por ejemplo, el análisis de Thomas Bouchard, de gemelos separados en el momento de su nacimiento, a los que se les logró estudiar en una etapa posterior de su vida, revela sorprendentemente hasta qué punto somos sujetos de nuestra genética; o los experimentos de Benjamin Libet en neurociencia, para ver si la voluntad origina la acción, nos hacen cuestionarnos si existe el libre albedrío.
Como si no fuera suficiente, hace apenas poco más de 100 años, Einstein viene a desbaratar nuestra noción del tiempo. El examen del libre albedrío, desde cualquier perspectiva, presupone el examen de la secuencia de eventos en el tiempo, el cual para nosotros parece tener una dirección única y muy obvia, de un pasado conocido que ha desaparecido, a un futuro abierto que aún no se manifiesta.
Pero a partir del siglo XX, nuestra concepción básica de la flecha del tiempo se ve forzada a cambiar. A menos que elijamos no pensar en ello, o nos parezca demasiado complicado hacerlo. En realidad con un poco de paciencia, y repaso, nos vamos acostumbrando al vocabulario y ya no lo es tanto.
La vez pasada vimos cómo Einstein terminó con la idea de un reloj universal que es válido para todos en todas partes. Demostró, por el contrario, que eso es relativo y los relojes se atrasan si la velocidad a la que se mueven es más rápida, relativa a la de otros relojes. Esto no es teórico. Quedó demostrado en los años 70’s, más de 50 años después de que fuera postulado por Einstein.
¿Qué relevancia tiene esto para la mayoría de nosotros? A primera vista, ninguna, mientras haya alguien que tome en cuenta este fenómeno y ajuste la información proveniente de satélites que se mueven a velocidades enormes relativas a nosotros.
El ajuste de la hora registrada en los satélites que usa Waze para darnos nuestra ubicación, que siempre se van retrasando en relación con la hora de nuestros relojes, es necesario para que la aplicación funcione correctamente.
Al oír eso exclamamos ¡ah, caray! y dejamos el ajuste a los técnicos, para seguir llegando a tiempo y al lugar de nuestras citas. No podemos usar a Einstein de pretexto para no hacerlo.
Otro descubrimiento que hace Einstein es que el tiempo y el espacio están ligados y son relativos, pero conciliables, usando el término conciliación como lo hacen los contadores. ¡Si el tiempo se alarga, el espacio se encoge! Pero al final las dos cosas tienen que cuadrar. Otra vez decimos ¡ah, caray! y seguimos con nuestra vida. Igual como al saber que la energía y la materia, dos cosas aparentemente muy distintas, también son conciliables. La bomba atómica que se deriva de este entendimiento también nos rebasa.
Para Einstein, físicamente, el tiempo es más parecido al espacio, que como nosotros lo experimentamos. No desaparece cuando te vas de un lugar, ni el lugar al que llegas aparece repentinamente. Las características físicas del pasado y el futuro no son etéreas. Esto da lugar al concepto del universo en bloque. Un universo en el que el tiempo no pasa por nosotros, sino que nosotros pasamos por él. Como pasamos gradualmente por un CD al ver una película u oir una canción por ese medio.
En la Intersección pasada vimos que todos estos descubrimientos de Einstein tienen que ver con su entendimiento sobre la propiedad fundamental que tiene la luz en la naturaleza. Por lo menos a nivel macro. No entraremos en explicaciones demasiado complejas aquí, pero vimos que de sus descubrimientos se deriva, como ejemplo ilustrativo, que si el Sol dejara de existir, la Tierra no se saldría de su órbita, sino hasta 8 minutos después, cuando la luz del Sol (y las ondas gravitacionales causadas por éste) dejen de llegar a la Tierra.
En el fondo, Einstein y mucho de la ciencia del siglo XX nublan la diferencia entre lo que es y lo que parece. Nos hace preguntarnos si las cosas son como son, de manera absoluta, o son según lo que parece que son. Para los pasajeros de un avión que va a una velocidad distinta en relación con la gente estacionaria en la Tierra, subjetivamente el tiempo transcurre exactamente igual, aunque, de hecho, el tiempo se alargara. Cuando regresaron, aunque imperceptible al ojo desnudo, sus relojes nos dicen que son más jóvenes que sus gemelos en la Tierra.
Si queremos tratar de aterrizar, no sólo las naves de los experimentos de Einstein, sino una conclusión sobre la libertad que poseemos, creo que debemos volver al caracter trascendental y liberador de la felicidad.
¡Sí, la felicidad!
Es un salto un tanto abrupto, lo sé. La constitución americana dice que la libertad es un derecho necesario para poder alcanzar la felicidad. Pero yo me pregunto si no es al revés: si no es la dicha (la felicidad auto-contenida como la define Aristóteles, no sujeta a la satisfacción de una necesidad) la que otorga la libertad.
O me pregunto algo distinto, si la única libertad real que tenemos es la de salirnos de la causalidad y experimentar la dicha. La dicha es otra palabra para el amor. Sólo que no es el amor dirigido a alguien o a algo, sino un amor inmanente y auto referente.
No es la felicidad como placer, opuesto al sufrimiento, sino de algo que trasciende esa polaridad. La dicha del estado trascendental de Ser. Lo que los védicos llamaban sat chit ananda.
Ananda es la felicidad ilimitada (e inmutable, sat) del estado de conciencia (chit) pura, la conciencia que se encuentra sola, consigo misma, sin más objeto de atención que la conciencia misma y que reverbera con la dicha, la cual es lo que establece la conexión del sujeto de conciencia, con el objeto de conciencia, mediante el proceso consciente.
En este caso trascendental, las tres cosas no son sino la propia conciencia, mientras que fuera del trascendente el objeto de experiencia es otra cosa, algo traído por los sentidos, la mente o los sentimientos.
En la práctica védica de las sidhis, está la paradoja que en ese estado trascendental salimos del ciclo de la acción y reacción, nos desapegamos de la acción, y de perseguir un resultado a través de ella, porque la trascendemos. Pero, al mismo tiempo, adquirimos el incalculable poder organizador de la naturaleza misma para lograr cualquier cosa.
¡Vaya paradoja!
Maharishi nos enseña de manera totalmente práctica que tenemos la libertad para satisfacer todos nuestros deseos. Hasta podemos comprobar poseer habilidades extraordinarias.
Pero primero tenemos que familiarizarnos con, y luego poder actuar desde el estado en el que se trascienden los deseos y sólo hay dicha o, expresado de otra manera, en el que hay completa plenitud y por lo tanto no hay deseos; y los impulsos de actividad de la mente sólo son los impulsos del destino.
Familiarizados con la voluntad de la naturaleza, podemos jugar con la creatividad de ser libres. La plenitud no llega como satisfacción de los deseos, sino que los deseos se satisfacen a partir de la plenitud; el desapego no puede ser el resultado de un esfuerzo. Parece un tanto anticlimático, como cuando un padre cuenta un chiste un tanto pícaro a sus amigos y, cuando nos ve frustrados como niños, nos dice que lo entenderemos cuando seamos adultos.
¡Queremos entenderlo ahora! Ya después no tiene tanto chiste. Así está la cosa, excepto por el avivamiento aún mayor de la dicha, que sí tiene mucho chiste.
Pero primero hablemos un poco más sobre el destino.
Si la velocidad de la luz que emana del Sol es la que determina el destino orbital de la Tierra, ¿podría acaso la luz del Sol y de los otros cuerpos celestes que reflejan luz en el firmamento, también marcar nuestro destino?
Bueno, la luz del Sol es lo que crea la vida y los ciclos circadianos. De eso no hay duda. El reflejo del Sol en la Luna crea las mareas y, algunos dicen que influye en los estados de ánimo. Pero si usamos a Einstein para preguntarnos si un rayo de luz que emana del Sol y es reflejado por la Luna, Mercurio, Venus, Marte, etc. puede afectar nuestra personalidad y circunstancias de vida, tenemos que aclarar, que él nunca se hizo esa pregunta, que sepamos, y para muchos no pasaría de una extrapolación descabellada.
Sin embargo, la escultura de Einstein en los jardines de la prestigiosa Academia de Ciencias de Washington DC, sentado ante el mapa exacto del firmamento en el día de la inauguración del memorial, nos presenta una imagen poética.

Es perfecta, en esta era científica, para ponderar por qué les parecía posible a los antiguos hacer predicciones sobre una vida, mediante el conocimiento del momento preciso en el que se da a luz ese bebé, en el que una nueva vida se entrega a su contacto inicial con la luz del cosmos, cuando este ser comienza a exhalar e inspirar; y esta nueva vida se inserta en el ritmo predecible y exacto del movimiento de la luz de los astros en el firmamento.
¿Acaso hoy en día, cuando parece romperse la distinción entre lo que es (o sea lo objetivo) y lo que parece ser (o sea lo subjetivo) y, cuando el concepto del campo cuántico parece proveer una plataforma unificada para toda individuación, se terminarán vindicando los mitos asociados con el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Jupiter, o Saturno, como descripciones de arquetipos universales o fuerzas fundamentales en la naturaleza, que existen de sí y son descritos en un lenguaje simbólico, el cual descartábamos como puramente imaginarios desde una perspectiva moderna?
Por lo menos así era hasta Carl Jung y Joseph Campbell, quienes pintan estos arquetipos como poseedores de una existencia abstracta pero real y universal, en una gama continua que va de lo que generalmente consideramos como subjetivo a lo objetivo.
Al margen de cuáles pensadores modernos pudieran llegar a explicarnos las fuerzas que describe la astrología, algunas experiencias que me ha tocado tener con la disciplina del jyotish de la India, ciertamente me hacen decir ¡ah, caray!
No menciono esto como preámbulo para querer echar nuestra experiencia de libre albedrío por la ventana, sino más bien porque cualquier entendimiento de nuestro destino nos ubica en nuestro contexto y nos hace más libres.
Si sabemos que la luz del día empieza a cierta hora y termina a otra, hacemos planes consecuentemente con ello, y nos da más libertad para aprovechar el día y la noche, en vez de quitárnosla.
Dejemos a un lado por ahora la discusión que venimos teniendo sobre si sólo creemos que hacemos planes, como Edipo que según él planeaba escapar de un destino perfectamente detallado, o si realmente tenemos la capacidad de hacerlos.
En todo caso, nunca cesaremos de hacerlos; seguiremos haciéndolos después de un examen de sangre o de genes. Podemos sentir una mezcla de fatalismo y empoderación por esa información. Aunque también había quien decía, cuándo el diagnóstico del HIV era sentencia de muerte, por ejemplo, que prefería no saberlo.
Hay muchas formas de querer ejercer nuestro libre albedrío. Pero ya sea por evasión o por participación, en la práctica, o con nuestra imaginación, siempre entablamos algún tipo de diálogo con el destino.
En la próxima sesión de La Intersección, el 4 de Julio del 2021, la última de esta primera temporada, antes de explorar una capacidad astrológica predictiva, que a lo mejor nos podría dejar perplejos, hablaremos un poco sobre el ámbito y el ejercicio de la libertad desde el punto de vista de los antiguos.
Al mismo tiempo que veían más predeterminación de la que nos gusta ver hoy en día, por sentir que es una especie de afrenta a la libertad de la que estamos tan orgullosos, también veían la trascendencia como un cruce de caminos desde el cual todo es posible, de esa forma se nos permiten grados de libertad que hoy tampoco estamos acostumbrados a vislumbrar como posibles.
Hola Dr Benny
Al poema le faltó una frase:
Oh moon of my delight,
that knows no wane
The moon of heaven is rising up again,
How oft her after shall she look
In this same garden,
after us in vane!
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Extraordinario
Felicidades
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Hoy vuelvo a leer estas ideas y me parece maravillosa tu reflexión querido Kuberj. Ojalá y continúen tus reuniones de La Intersección. Felicidades
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