Al margen de sus efectos epidemiológicos las nuevas sepas del virus están reforzando un proceso psicológico colectivo que comenzó con el cambio climático y se aceleró con el inicio de la pandemia hace un año.
Por algunas décadas la democracia liberal y la economía de mercado han prometido, al menos conceptualmente, la libertad para actuar individualmente, cada uno como agente de nuestro progreso individual. O en comunidades individuales, llámeseles familias, gremios, ciudades o países.
Hace un año nos dimos cuenta que el aire que respiramos no está separado del aire exhalado por los demás. ¿A menos que nos distanciemos y usemos mascarillas?
Las vacunas anunciadas u obtenidas crearon una sensación, también conceptual, al menos, de una próxima vuelta a la normalidad; de podernos cuidar individualmente.
Que perverso parece entonces que ahora la distancia que hay que considerar para seguirnos cuidando hasta reencontrar la normalidad se expanda al confín opuesto del lugar que ocupamos en el mundo, cualquiera que éste sea.
En la nave espacial que podemos llamar planeta Tierra todos compartimos el mismo aire y los pasajeros que no reciben la vacuna son el caldo de cultivo para la mutación y supervivencia del virus que regresa a atacar a los que estamos en primera clase.
Las vacunas habrán de mejorar el panorama, ciertamente, pero nuevos brotes, a partir de nuevas mutaciones, con disyuntivas complicadas (¿más encierros?), son de esperarse por años.
Se requiere de un proceso global. Se tiene que mejorar el aire que circula en cualquier confín del planeta. Como con el cambio climático. Llevamos dos (por lo menos).
Aunque sea con lentitud dolorosa y costosa, ¿redundará este proceso en un cambio del paradigma individualista, en el que el bienestar y el progreso están a cargo de cada uno, hacia uno nuevo, de naturaleza colectiva?
Oj-alá así sea. Quizás pareciere una sentencia prematura, sin embargo la salud de la tierra está colapsada y nos encontramos prácticamente a la deriva, quizás tengamos que tocar fondo para que accedamos a tener una solía voz.
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