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Pacto Social o Ley Divina

¿Alternativas conciliables?

La Constitución Norteamericana, como las constituciones republicanas democráticas que la emulan, contiene una contradicción que nunca ha sido resuelta.

Es algo que, a pesar del triunfo de Biden, podría, a mediano plazo, poner en cuestión el experimento norteamericano, como se refieren a él algunos de sus más asiduos defensores.

La mayoría de la gente en EEUU exhala un aliento de alivio, ante la inminente salida de Trump de La Casa Blanca, incluso muchos republicanos exhaustos. Pero entendamos lo que quiere decir que aun así aproximadamente 70 millones de norteamericanos hayan votado por él en las recientes elecciones estadounidenses ¡y que la ventaja de Biden sobre Trump haya sido sólo de 4 millones de votos!

La contienda entre ellos va más allá de sus personalidades, o de la decencia en contra de hablar sin pelos en la lengua y del derecho de los más exitosos, aliados con una población conservadora cristiana y blanca.

La contraposición entre ambas posturas viene de mucho antes y puede verse encapsulada en el debate entre dos ingleses, el clérigo Richard Cumberland y Thomas Hobbes, uno de los fundadores de la filosofía política moderna, fallecido en 1679.

Spoiler Alert: Trump, a pesar de su troglodismo (término inventado en este momento), ha servido de canal para quienes albergan, de fondo, el punto de vista del clérigo Cumberland, aunque no lo sepan; y ese debate, a su vez, proviene de discusiones filosóficas anteriores y perennes.

Cumberland deliberadamente basó su enfrentamiento con Hobbes en el modelo del debate de Cicerón entre los estoicos, que creían que la naturaleza podía proporcionar una moralidad objetiva, y los epicúreos, que sostenían que la moralidad era humana, convencional y basada en intereses personales.

Se podría decir que la constitución norteamericana intenta complacer o sintetizar los dos puntos de vista. La postura de Hobbes tiene ecos en frases de la Declaración de Independencia, tales como: se ha hecho necesario que el pueblo de los Estados Unidos asuma la posición separada e igualitaria a la que las Leyes de la Naturaleza… le da derecho. En esta frase se alude a una ley natural que ya no depende de la teología.

Pero quizá, para acomodar el punto de vista de Cumberland, dicha frase, completa, y sin los puntos suspensivos, dice en realidad: se ha hecho necesario que el pueblo de los Estados Unidos asuma la posición separada e igualitaria a la que las Leyes de la Naturaleza y del Dios de la Naturaleza le dan derecho.

¿No es curioso que se enlisten como distintas las leyes de la naturaleza y las del dios de la naturaleza? ¿Había que darle una frase diferente a distintas corrientes de pensamiento?

La postura de Hobbes había sido reexaminada por John Locke, cuyo pensar tuvo enorme influencia en los fundadores de los EEUU, para introducir el concepto del pacto social, lo cual le da supremacía a la voluntad de la mayoría. Es decir, el concepto del pacto social enaltece, por encima de todo, la decisión democrática que puede elegir (o no) cosas como la libertad de culto, la libertad de expresión, el aborto, el derecho de la comunidad gay y otras minorías.

Pero el dios de la naturaleza es, para muchos norteamericanos, el de la religión cristiana, en un país en el que la gente blanca predomina y (secreta o no tan secretamente) debe predominar. Cuando las leyes de la naturaleza ocupan la máxima jerarquía en nuestra perspectiva, éstas no pueden estar sometidas a la mayoría de votos.

Mientras que, para muchos, Trump representa una aberración temporal que afortunadamente ha sido superada, otros lo entienden como una herramienta o «tonto útil» (o que pretende serlo) de una cruzada religiosa y étnica que ha cobrado una fuerza formidable. El problema obvio es el de una interpretación cultural y demográfica particular de las leyes divinas.

Lo que el triunfo de Biden nos puede hacer olvidar es que, en números absolutos, más gente votó por Trump en el 2020 que en el 2016. Pero eso tampoco quiere decir que el experimento americano y la democracia americana y mundial estén por ser rebasados.

Un artículo del New York Times del ocho de Noviembre pasado, titulado How do you know when society is about to fall apart?—meet the scholars who study civilizational collapse, concluye que los colapsos de civilizaciones, a través de la historia, no se han suscitado por un conflicto político, por más severo que sea, ni por una pandemia, o por cambios climáticos marcados, por difíciles que hayan sido (aunque nunca en los 6,000 años de civilización han sido globales).

Según Joseph Tainter, una pandemia, la desigualdad económica, una crisis climática, sólo puede generar un colapso en función del nivel de complejidad de las estructuras administrativas de una civilización, el cual, entre más avanzado se encuentra, va irónicamente más en contra de su supervivencia. Esta complejidad, postula Tainter en The Collapse of Complex Societies, libro reseñado en la pieza del NYT, está hoy en día muy avanzada en su ciclo.

Sin embargo, el artículo se torna esperanzador al contrastar a Tainter con Patricia McAnany, autora de Questioning Collapse. Postula que no sólo la complejidad que ha alcanzado una civilización augura su colapso, sino que su adaptabilidad y capacidad de descubrimiento también determinan la respuesta ante él. «Si cierras los ojos y los abres de nuevo, las desintegraciones periódicas que puntualizan nuestra historia —todas esas ruinas que se desmoronan— empiezan a desvanecerse, y algo más aparece en nuestra visión.»

Se me ocurre como ejemplo, aunque el artículo no lo menciona específicamente, la Pequeña Edad de Hielo, como se le conoce históricamente, que sucedió en el siglo XVI en Europa. En la época de Descartes, Kepler, Galileo y Newton, ésta contribuyó a la situación en la que se suscitó la Guerra de los 30 Años, uno de los períodos más destructivos en la historia de la humanidad, con un colapso del orden social y económico. Hubo muerte no sólo en batallas militares, sino también por hambre, violencia social y la plaga.

En esa ocasión, el frío inusitado y prolongado no fue causado por la actividad humana, sino, posiblemente, por alguna erupción volcánica o algún ciclo en la radiación solar u oscilación en el eje de rotación de la Tierra. Sin embargo, la inventiva de personajes filosóficos y científicos, como los recién mencionados, mantuvo vivo el espíritu renacentista.

Parecería que nos ha tocado vivir una época en que la ciencia y la tecnología se encuentran en importantes transiciones de entendimiento: sobre lo que es la materia, lo que es la conciencia (a la luz de la inteligencia artificial, y otros avances), e incluso ante una posible explicación de la conciencia como fenómeno mecánico-cuántico, como la esboza Roger Penrose, ganador del Premio Nobel de física 2020 (aunque Penrose obtuvo ese galardón por otros postulados).

Es interesante que, por cien años, hemos vivido con la teoría cuántica, pero, si en algo están de acuerdo los físicos es que, aunque ésta funciona maravillosamente para crear tecnologías como el GPS y el CAT Scan, no se la termina de entender.

¿Será que un nuevo entendimiento científico que no segregue lo pequeño y lo grande en diferentes teorías de la física, que un entendimiento que muestre una continuidad entre conciencia y materia, como algunos nos atrevemos a imaginar a partir de Penrose, y a explorar a través de Maharishi, marque el derrotero del camino que se abre ante nosotros?

¿Será posible, con una filosofía que evolucione bajo nuevas perspectivas científicas, con una cosmovisión que eche raíces ideológicas a partir del entendimiento de un campo (cuántico) unitario del cual todo brota —y con el cambio cultural y hasta tecnológico que eso conlleve— desarrollar una capacidad individual más espontánea, menos purista en su aproximación intelectual o emocional, más integradora de nuestras emociones, nuestro intelecto, mente cuerpo y sociedad, y entre lo subjetivo y lo objetivo?

A lo mejor, eso permitiría responder de forma menos divisoria entre nosotros ante el mundo que nos rodea, con menor complejidad en el intento de preservar los beneficios de nuestro funcionamiento en sociedad y, finalmente, en mayor consonancia con las leyes de la naturaleza, ya sea que las consideremos de origen divino o no.

3 comentarios sobre “Pacto Social o Ley Divina

  1. «PACTO SOCIAL O LEY DIVINA». POR ERROR SE PUBLICÓ INICIALMENTE UNA VERSIÓN SIN TERMINAR DE LA ENTRADA. SI LA VISTE ANTES DE LAS TRES PM (DE HOY LUNES 9) ES PROBABLE QUE HAYA SIDO ESA. DALE REFRESH! PERDON Y GRACIAS. SALUDOS. SIEMPRE SON BIENVENIDOS COMENTARIOS!

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  2. Gracias por la edición del artículo, pues ahora resulta más clara su lectura.
    Sin embargo, sigo pensando que no se trata de un colapso, sino una metamorfosis o un devenir constante de las sociedades.
    El final de toda esa cocción llegará a estar en armonía con todas las sociedades del
    Futuro, sólo cuando la brecha entre cada ser humano sea de absoluta convivencia y no de opresión y dominación .
    Que 70 millones de seres sigan comprando las atrocidades de Trump, es un hecho lamentable, que sólo promete muchas generaciones del futuro seguirán ahogándose en un mundo objetivo desprovisto de la parte elemental de su conformación : su esencia o alma.

    Le gusta a 2 personas

    1. «no se trata de un colapso, sino una metamorfosis o un devenir constante de las sociedades.» De acuerdo! Y lo estaría seguramente también Patricia McAnany, cuya postura usa el NYT para matizar esa palabra «colapso» y entenderla no tanto como el final de algo, sino como puntos de transformación en un proceso, los cuales propician su propia regeneración

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